Tarzan y las joyas de opar by Edgar Rice Burroughs

Tarzan y las joyas de opar by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs [Burroughs, Edgar Rice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Jeunesse
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


XVI

Tarzán acaudilla de nuevo a los manganis

Acompañado de dos de sus sicarios, Ahmet Zek dio un amplio rodeo en dirección sur, dispuesto a interceptar a su fugitivo lugarteniente. Otros miembros de la pandilla de facinerosos se habían desplegado en distintas direcciones, de manera que, en el transcurso de la noche, formaron un amplio círculo, que ahora batía el terreno de regreso hacia el centro. Ahmet y sus dos secuaces habían hecho un alto poco antes del mediodía para descansar brevemente. Se sentaron en cuclillas bajo los árboles del borde meridional de un claro. El jefe de la banda estaba de un humor de mil demonios. Que se la hubiera jugado un infiel ya era bastante malo, pero que, encima, se le hubiesen escurrido de entre los dedos aquellas joyas que, en su avaricia, ya consideraba suyas, era demasiado… Indudablemente, Alá debía de estar muy enfadado con su siervo para castigarle así.

Bueno, menos mal que aún contaba con la prisionera. En el norte se la pagarían bien y, por otra parte, le quedaba el tesoro enterrado junto a las ruinas de la casa del inglés.

Un leve rumor que se produjo en la vegetación, al otro lado del calvero, encendió la alarma en el cerebro de Ahmet Zek, que se puso alerta automáticamente. Empuñó el rifle, a punto para utilizarlo, al tiempo que indicaba por señas a sus esbirros que se ocultaran y se mantuvieran en silencio. Agazapados detrás de la maleza, el trío aguardó con la mirada fija en la parte opuesta del espacio abierto.

Al cabo de un instante se produjo una abertura en el follaje y asomó por ella el rostro de una mujer que miró temerosa a un lado y a otro del calvero. Segundos después, convencida de que ningún peligro rondaba por allí al acecho, la dama salió al claro y quedó expuesta a la vista del árabe.

Ahmet Zek contuvo el aliento y reprimió la palabrota y la exclamación de incredulidad que pugnaban por salir de su garganta. ¡Aquella mujer era la prisionera que creía segura y perfectamente custodiada en la aldea!

Al parecer, estaba sola, pero Ahmet Zek esperó para tener la certeza absoluta de ello antes de apoderarse de nuevo de la señora. Jane Clayton anduvo despacio a través del claro, Desde que huyó del poblado de los bandidos se había librado en dos ocasiones por puro milagro de caer en las fauces de los carnívoros; y una vez, por poco se dio de manos a boca con uno de sus perseguidores. Aunque casi desesperaba de verse algún día sana y salva en lugar seguro, estaba firmemente decidida a seguir luchando, hasta que la muerte o el éxito pusieran fin a sus esfuerzos.

Mientras los árabes la observaban, ocultos tras la maleza, y Ahmet Zek se las prometía muy felices al ver que la dama se dirigía hacia ellos como si el destino la indujera a caer en sus garras, otro par de ojos contemplaba la escena desde la enramada de un árbol próximo.

Con todo el salvaje brillo



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